El encuentro personal con el cuaderno dos de Etty Hillesum, suscita sin lugar a duda pistas interesantes ante el nuevo despertar humano que poco a poco ha tenido Etty, aun cuando, hasta ahora, sólo se evidencien pequeños adelantos en su viaje interior. Y es que, su voz resuena de manera interpelante y conmovedora en cada línea de sus escritos, algo así como un monólogo en el que hacen eco las palabras de Julius, ante la necesidad de superar su caos interior: “Y si al final de una larga vida puedo encontrar una forma de expresar todo el caos que hay en mí, quizá haya cumplido mi pequeña misión” (4 de agosto de 1941).
Etty entiende que no debe buscar evidencias, sino escuchar su voz interior en la que a su vez está Dios... Dios no está en lo alto, sino en lo más hondo, en esa alma que la modernidad llama conciencia, despojándola de su misterio sobrenatural.
Estamos pues ante una constante encrucijada en la que, al mismo tiempo que se da una inesperada caída al abismo, acontece una misteriosa ascensión hacia la realidad interior. Dice Etty al respecto: “ya va siendo hora de que empiece a esculpir pequeñas figuras en el gran bloque de granito en bruto que llevo en mi interior, o de lo contrario acabará por aplastarme. Si no busco y encuentro mi propia forma, acabaré hundiéndome en la noche y en el caos, cada vez estoy más convencida de ello” (5 de agosto de 1941).
Al seguir los pasos del trasegar humano de Etty no sólo sorprende la sinceridad, con la que narra su lucha interior, sino que también cautiva su progreso espiritual hacia Dios, aún sin buscarlo. Hasta el momento sólo se pueden percibir fragmentos muy fugaces de su transformación interior.
Etty no fantasea con un Dios omnipotente. Ella se conforma con la alegría que le produce su cercanía. Nota la presencia silenciosa de Dios en su soledad interior, revelándole que la vida es hermosa y tiene sentido, incluso en las circunstancias más nefastas.
“Conozco dos tipos de soledad. Una me hace muy infeliz y me provoca la sensación de estar perdida y abandonada, la otra me hace fuerte y feliz. La primera se presenta siempre que no siento ningún contacto con mis semejantes, cuando no siento ningún tipo de contacto con nada, entonces estoy aislada de todos y de mi misma y no le encuentro sentido a la vida ni a la relación entre las cosas, y tampoco sé cuál es mi lugar en esta existencia. El otro tipo de soledad me da fuerza y seguridad, me siento conectada con todas las personas y cosas, y con Dios y sé que puedo afrontar la vida y no dependo de los demás. Entonces siento que formo parte de un engranaje mayor y lleno de significado y sé que puedo dar mucha fuerza a otros” (9 de agosto de 1941).
Es fascinante ver en Etty un corazón abierto a su misma realidad; una mística en la que no aflora la vida de una mujer piadosa y convencional, sino una joven moderna y espontánea. En esta medida escribir un diario le parece una aventura dolorosa, pues las palabras siempre oponen resistencia a las ideas y los sentimientos: “Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces puedo llegar hasta Él, pero muchas otras veces hay piedras y escombros que ciegan el pozo, y Dios está enterrado debajo. Entonces hay que desenterrarlo de nuevo” (26 de agosto de 1941).
Como se puede ver desde las primeras páginas del diario, Etty no había sido educada en la fe judía, ni era de su incumbencia indagar en temas religiosos. Su corazón e intereses residían en otros ámbitos de la vida; así como ella misma lo manifiesta en el primer cuaderno: “En lo erótico soy sofisticada y casi diría que suficientemente experimentada para ser considerada una buena amante”. En vista de ello, el año 1941 es para Etty, un desborde pasional: conoció al psicólogo y quirólogo Julius, de cincuenta y cuatro años, separado y con dos hijos. Pero nada de eso será un obstáculo para Etty, que se convierte en su amante, sin renunciar a otras relaciones ocasionales. Entiende que el sexo se parece a la escritura. Siempre hay algo que no llega a expresarse: “es igual que ese último grito liberador en la relación sexual, que también se queda tímidamente atrapado en el pecho”.
Pero su relación con Julius no se basa sólo en lo erótico. Julius le anima a leer los Salmos y los Evangelios. No para convertirse, sino para lograr una comprensión del mundo más exacta. Etty atiende sus sugerencias, y a parte de adentrarse en el terreno pasional, se va adentrando de manera paulatina en un terreno espiritual que jamás le había sido ajeno. Intuye que ha comenzado a desbrozar un camino y no quiere interrumpir su marcha. Dejar de escribir sería como quedarse en una cornisa en mitad de una escalada, soportando indefinidamente el viento y el frío.
La forma como Etty escribe, a mi parecer constituye un canto a la vida como creación de Dios, en la que entran en juego todas las dimensiones de su vida: humana, afectiva, intelectual, social, espiritual…Tal parece que su intención no es escribir para la posteridad, sino para conocerse mejor a sí misma.
Hasta aquí, en lo poco que he podido ahondar en el diario de Etty, se vislumbra un proceso que interpela la concepción de mística que muchos hemos conocido. Y es que, las renombradas y notables experiencias humanas y pasionales de Etty alcanzan rozar de manera misteriosa áreas desconocidas del misticismo. De hecho, al contemplar las grandes fracturas de su vida, siente que está en contacto con Dios y con todos los seres humanos, participando en una íntima unidad: “dentro de mí hay un pozo muy profundo. Ahí dentro está Dios” (26 de agosto de 1941).
Dentro del caos interior que hasta el momento he podido conocer, aunque de manera somera en Etty, puedo extraer dos comprensiones importantes:
Etty entiende que no debe buscar evidencias, sino escuchar su voz interior en la que a su vez está Dios. Expresa: "A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros. Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo". Dios no está en lo alto, sino en lo más hondo, en esa alma que la modernidad llama conciencia, despojándola de su misterio sobrenatural.
Ahora bien, en ese ejercicio de escucharse que nos muestra Etty, se puede percibir que para conocer el alma no hace falta conocimiento, sino sabiduría y la sabiduría enseña a “comportarse de forma pasiva y escuchar”. Sólo de ese modo podremos conocer el alma y reencontrarnos con ella, comprendiendo que contiene “un pequeño trozo de eternidad”.
Por: Yuliana González
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