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Foto del escritorSEMILLERO ETTY HILLESUM

El milagro de lo cotidiano


El noveno cuaderno del Diario de Etty Hillesum está marcado por una actitud que podríamos definir estético-religiosa. No sorprende, entonces, el permanente diálogo silencioso con la poesía de Rilke, con las Confesiones de Agustín y con la naturaleza, ese milagro siempre presente, ese testimonio taciturno de la belleza de la creación. ¿Cómo entender esta actitud? ¿Se trata acaso de una negación del dolor y del sufrimiento presentes en el mundo? No. La contemplación de la belleza y el mundo exterior, la relación con la música, la poesía y la literatura no son una forma de evasión, son más bien el punto de partida para la imaginación de nuevos mundos posibles, pero, sobre todo, la contemplación de la belleza es un instrumento que permite conservar la fe.


Etty no es en absoluto ajena al dolor del mundo, es plenamente consciente del horror de su tiempo, pero justamente conservar la conciencia de la belleza en medio del horror, se convierte para ella en un imperativo moral. Así, dirigir la mirada a las flores, al cielo, a los pájaros, a los ojos de un soldado alemán significa elegir la vida frente a la muerte. En el acto originario de descubrir a Dios como fundamento de la creación se abre la posibilidad de descubrir en el mundo, en sí misma y en el prójimo los vestigios del creador.


El jazmín, es el punto de partida para sentir lo universal, para hacerse una con Dios y la creación, no para teorizar, no para entender, sino para creer.

El jazmín y el alma humana son imagen de Dios, símbolo de la posibilidad misma de renacer, de florecer, de maravillarse y ser maravilla. De este modo, el mundo será el campo de la presencia de Dios y en la contemplación de esa presencia la fe se nutre y crece. En este punto de su itinerario existencial Etty sabe ya que la fe escapa al ámbito de la racionalidad, que el silencio y la oración son los espacios en los que se hace una con ese sentimiento inexplicable y vivificador. Las siguientes líneas sintetizan esta compleja relación:


"El sol en este mirador y una ligera brisa a través del blanco jazmín. ¿Lo ves? Acaba de empezar otro nuevo día para mí, el enésimo desde esta mañana a las siete.(…)Oh, sí, ese jazmín. ¡Cómo es posible Dios mío!, está apretujado entre la pared grisácea de los vecinos y el taller. Se asoma por encima del tejado oscuro y embarrado del taller y se muestra tan radiante, tan inmaculado, tan exuberante y delicado, entre el gris oscuro del barro, como una confiada joven novia, perdida en una callejuela. No entiendo nada de este jazmín. Tampoco hace falta entenderlo. En este siglo XX aún se puede creer en los milagros. Esto es un milagro. Y creo en Dios, aunque dentro de poco los piojos me devoren en Polonia. Ese jazmín me deja sin habla" (1 de julio de 1942).


Lo cotidiano, en este caso, el jazmín, es el punto de partida para sentir lo universal, para hacerse una con Dios y la creación, no para teorizar, no para entender, sino para creer. Hay que afirmar que la vida debe asumirse como unidad implica afirmar su belleza, entrar en la armonía propia del cosmos, entregarse al descubrimiento de lo sagrado y desde ahí mirar cara a cara el sufrimiento. “¿Se trata de una especie de indiferencia? No. Es vivir la vida minuto a minuto, mil veces teniendo siempre presente al sufrimiento. (…). El sufrimiento siempre ha estado presente y se ha hecho sentir, y ¿qué más da en qué forma venga? Todo depende de cómo lo soportemos y si sabemos darle un lugar en nuestra vida” (2 de julio de 1942).


En líneas anteriores se nos había advertido ya que aceptar y soportar no corresponde a una resignación pesimista o a una postura nihilista. Se trata de todo lo contrario: abrazar y fundirse con el ser, afirmarla vida en su crudeza, pero también en su belleza y perfección. Este es el salto a la fe, la fe en la vida misma, no en un conjunto de dogmas o creencias, pues éstas muchas veces disfrazan un ateísmo profundo en el que se perpetúan la injusticia y la desigualdad.


El grito de Etty hoy resuena con más fuerza que nunca, un grito que a veces sentimos ahogarse en la garganta, atrapado entre el horror y la belleza, en estos versos de Rilke:


"Nos queda quizás

algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;

nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad

de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,

y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento

lleno de espacio cósmico nos roe la cara".

(R. M. Rilke. Las elegías de Duino. Primera elegía).


Por: Biviana Unger

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